Un súper humano, nunca lo vi como a un Dios, siempre me pareció que llevaba mucho peso encima, desde los quince años se hizo cargo de toda su familia, la lucha fue su carta de presentación. Nació en los tiempos en que jugar bien al fútbol quería decir que tenías que ser un ejemplo. A Diego nunca se le escucho decir como tenían que vivir otros argentinos.
Era curioso, pícaro, tramposo, canchero, un exasperante opinador de cualquier tema. Maradona gambeteó de todo, menos su compromiso social. Le tiró planchazos siempre de frente, a todos los poderosos. Su nombre fue pasaporte, documento de identidad y bandera argentina. Para otros, vergüenza.
Desde su aparición en la selección, a los mundiales la Argentina iba a ganarlos, después que se fue, el espejismo se diluyó. En el 86’ cuando andábamos con la moral por el piso, Diego simbólicamente ganó la guerra de Malvinas, les dio una lección a los Ingleses o mejor dicho, dos. Ese día tal vez conjugó el momento más perfecto de la historia Argentina, ese día contra los piratas, todos fuimos uno.
En el 90’ nos convertimos en los mejores sub campeones de la historia, dejamos a Brasil e Italia afuera, en la final con Alemania nos robaron, porque Diego no jugaba del lado del poder, no podía salirse con la suya.
Con él, lloramos todos los que tenemos más de cuatro décadas cuando Bilardo, en la entrega de premios de la final, se tuvo que poner delante de las cámaras que se regodeaban con su sufrimiento, Pelusa nunca escondió la cara.
Después del penal a los Tanos, todo rodó cuesta abajo en su carrera, él la podría haber tirado afuera quien le hubiera podido hacer algún reproche, todos vimos como tenía el tobillo. Pero le fue imposible darnos la espalda. Diego llegó a Nápoles frente a 85.000 hinchas, se fue solo con la mudanza a medio hacer, todo por la camiseta argentina.
En el 94’ lo sacaron con un frasquito, Estados Unidos se cobró el desplante del 10, que rechazó la oferta que le hicieron un par de años antes del mundial, de jugar en la selección de USA por cien millones de dólares. Diego era argentino.
Su condición de atleta de elite lo dejo sin objetivos que lo llenen, solo le quedaba Boca, pero ya no fue lo mismo. Se retiró en la Bombonera.
Más excesos y cada vez más peligrosos, ya no consumía cocaína, pero siguió con desarreglos, no eran las sustancias, era él el problema. Comía carritos de Mantecol, tomaba litros de alcohol y fue a parar a terapia intensiva en Uruguay, lo salvó Coppola.
En su viaje, murió y renació muchas veces, los exprimidores del producto Diego rondaban como cuervos detrás de la carroña, revivir era lo suyo, esta vez quizás, no quiso volver.
Para que hacerlo, extrañaba mucho a la Tota y a Chitóro, deprimido por dejar de ser quien fue, rodeado de adulones que vivían a su costa. Ahora viene el show, la herencia, de quien fue la culpa, el entorno, sus vicios, las mentiras, las suposiciones, el Diegometro a pleno para demostrar quien lo quería más.
Diego llenó Plazas de Mayo, llenó estadios en todo el mundo, llenó teatros y estudios de televisión, llenó a los argentinos de orgullo.
Pero al final como en Nápoles, lo dejamos ir solo y con la mudanza a medio hacer.
Diego Sánchez