A setenta años de su muerte, Eva Perón sigue despertando intensas pasiones. Se trata probablemente de la mujer más amada y, al mismo tiempo, más odiada de la historia argentina. A pesar del paso del tiempo, su huella no se ha desdibujado. Por el contrario, no deja de ser objeto de nuevas apropiaciones y reinvenciones políticas que ponen en evidencia su actualidad y su potencia simbólica. Sin ir más lejos, en los últimos años, durante los debates sobre la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, se popularizaron imágenes de Evita con el pañuelo verde en el cuello. También, claro está, las hubo con el pañuelo celeste.
El futuro era promisorio y las clases populares apoyaban sin medias tintas a Perón. ¿Cómo pudo ser posible entonces que fuera desalojado del poder?
Francesc Orella y Natalia Oreiro. El actor español interpreta al doctor Pedro Ara que preservó el cuerpo.
El eterno retorno de "Santa Evita", ahora llega como serie
Perón, Eva y funcionarios en el balcón de la Jefatura de Policía, Santa Fe y Moreno, 1947.
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La mayoría de las historiadoras y los historiadores especializados en la temática coinciden en subrayar su centralidad en los años de formación del movimiento justicialista y su importancia en la construcción del rostro más plebeyo del peronismo. Su rol, además, fue fundamental en términos organizativos, tanto desde la fundación que llevaba su nombre como a través de la creación del Partido Peronista Femenino. Una estructura política integrada exclusivamente por mujeres. Como ha estudiado la historiadora Carolina Barry, el impacto de estas acciones alentadas por Eva antes de su muerte fue muy significativa. Para que nos hagamos una idea, en unos pocos años más de un centenar de mujeres se convirtieron en legisladoras. En 1953, además, una mujer fue nombrada vicepresidenta primera de la Cámara de Diputados. La Cámara de Senadores, por su parte, eligió a una mujer como vicepresidenta segunda. Para volver a hallar estos niveles de representación femenina en el país es necesario viajar en el tiempo medio siglo hasta finales de la década de 1990, cuando en el marco de la vigencia de la Ley de Cupos se superaron los números alcanzados en 1955.
Más allá de los datos y los hechos concretos, en todos estos análisis sobre el peronismo subyace siempre una pregunta contrafáctica que no suele plantearse de manera directa, pero que, sin embargo, es fundamental. ¿Qué hubiera pasado si Eva no moría inesperadamente en 1952 con tan solo 33 años? La historia contrafactual, esa que se ocupa de pensar lo que hubiera pasado si…, no es muy popular ni prestigiosa en la historiografía argentina. En buena medida con razón puesto que muchos de sus ejercicios han dado malos resultados en otras latitudes o se han deslizado directamente al terreno de la ficción literaria.
Plantear la pregunta con prudencia puede ser una buena manera de calibrar la significación de Eva en la vida política argentina. Dicho de otra manera, una forma de comprender mejor su importancia en los orígenes del movimiento encabezado por Juan Domingo Perón y su relevancia frente a otras figuras de peso por esos años. Doy un ejemplo para intentar explicarles mejor el argumento. En 1952 murió nada más ni nada menos que el vicepresidente Hortensio Quijano, electo además para un segundo mandato. El hecho no solo es desconocido por el público amplio en nuestros días, sino que su muerte tampoco despertó demasiado interés entre los historiadores. ¿Hubiera cambiado algo si Quijano vivía más tiempo? Parece poco probable suponerlo y por eso la pregunta contrafáctica ni siquiera suele formularse. Por el contrario, en el caso de Eva Duarte, aunque no ostentaba ningún cargo político formal, su muerte es considerada un verdadero parteaguas y alimenta todo tipo de interrogantes, que, justamente, demuestran su importancia.
Una historia alternativa
La historia contrafactual propone estudiar la relevancia de una determinada variable económica, la centralidad de un hecho o el impacto social de un personaje elaborando historias alternativas en las que se suprime precisamente ese factor, ese hecho o ese personaje. Por ejemplo, en la historia económica de Estados Unidos son muy conocidos los estudios del premio nobel en economía Roberto Fogel sobre la incidencia del ferrocarril en el desarrollo del capitalismo estadounidense durante el siglo XIX. Según Fogel, los historiadores habían exagerado la importancia económica del ferrocarril y para demostrarlo propuso un ejercicio de historia contrafáctica en la que estimaba la evolución de la economía sin la utilización de los ferrocarriles. Su conclusión, muy discutida en los años sesenta y setenta, fue que el tren había añadido apenas un 5% a la renta nacional y que, por ende, no podía considerárselo un factor determinante. Obviamente no nos interesa esa discusión, sino la herramienta metodológica. ¿Podemos usar esta perspectiva para analizar hechos políticos? ¿Qué pasa si pensamos en estos términos la muerte de Eva?
Un suceso inesperado
Cuando Hipólito Yrigoyen asumió su segunda presidencia en 1928 tenía 76 años, una edad que estaba muy por arriba del promedio de vida argentino de la época. Por ende, su muerte en ejercicio era un hecho relativamente probable y con el que todos sus opositores contaban. También, por cierto, era algo esperado por muchos de sus correligionarios, que, sin muchos escrúpulos, esperaban sucederlo. De hecho, de no haber sido víctima de un golpe de Estado en 1930, habría muerto efectivamente en el poder en 1933 un año antes de concluir su mandato. De igual manera, cuando Perón llegó al poder por tercera vez en 1973 tenía ya 78 años y una salud muy delicada. Como se hizo público después, sus problemas cardiovasculares eran severos y el propio Perón sabía que, probablemente, no llegaría a completar el mandato, como efectivamente sucedió cuando falleció a mediados de 1974. En sentido contrario, la muerte de Eva fue totalmente inesperada. Sus detractores le deseaban todos los males, como es sabido, pero probablemente ninguno de ellos imaginó que su muerte ocurriría tan pronto. ¿Quién podía apostar por su muerte con apenas 33 años? En este sentido resulta particularmente interesante pensar en términos contrafactuales la política argentina de esos años sin su fallecimiento.
¿Golpe sí o golpe no?
En septiembre de 1955 un golpe de Estado derrocó a Perón. El éxito de los militares sigue siendo motivo de debates porque por ese entonces el gobierno contaba con el apoyo de más del sesenta por ciento del electorado. Además, la economía estaba en crecimiento y las dificultades en la balanza de pagos derivadas del proceso de industrialización comenzaban a resolverse. Dicho de otro modo: el futuro era promisorio y las clases populares apoyaban sin medias tintas a Perón. ¿Cómo pudo ser posible entonces que fuera desalojado del poder? Para explicarlo, la mayoría de los historiadores subrayan la inestabilidad política derivada del nivel de polarización existente y, consecuentemente, la fragilidad del sistema de partidos para administrar las tensiones. Un fenómeno que también afectó a la segunda presidencia de Yrigoyen. Por otro lado, el férreo control estatal de buena parte de los medios de comunicación y la reforma de la ley electoral de 1952, que limitó los escaños opositores, ahondaron estas debilidades y profundizaron las tendencias golpistas de la oposición. En ese marco, el conflicto con la Iglesia católica fue la gota que rebasó el vaso. Todos estos aspectos, sin embargo, no explican por qué Perón no resistió el golpe. ¿Por qué no movilizó a los sindicatos? ¿Por qué no buscó resistir con los sectores del Ejército que lo apoyaban o al menos se mostraban prescindentes? Por supuesto, sobre todo esto han corrido ríos de tinta que no puedo resumir aquí. Sólo voy a señalar que, años después, Perón mismo se lamentó por renunciar y consideró que su exilio había sido un error, dando a entender que debía haber llamado a la resistencia y permanecido en el país. Creo que los lectores ya imaginan por dónde quiero ir. Lo que me pregunto es ¿qué hubiera pasado en 1955 si Evita hubiera estado viva? Algo totalmente lógico puesto que apenas tendría 36 años. Con Eva viva ¿se habría producido el golpe? Como sabemos, Eva Duarte subrayó siempre su lealtad a Perón, pero está claro también que tenía sus propias ideas políticas y sus propias lecturas de la realidad del país. Dicho de otro modo: no era una mera figura decorativa. ¿Hubiera acompañado a Perón en su renuncia y en su exilio? Me cuesta imaginarlo. Por otro lado, no estoy convencido que los golpistas se hubieran atrevido dar el paso sabiendo que enfrentaban no solo a Perón sino también a Eva, a quien odiaban tanto como temían. No eran ingenuos y sabían que con ella viva seguramente habrían debido enfrentar una resistencia popular organizada desde el Estado y canalizada a través de los sindicatos. En ese escenario, probablemente, se habría producido la guerra civil que Perón siempre dijo que quiso evitar. Un enfrentamiento que, en mi opinión, difícilmente hubieran podido ganar los sectores antiperonistas.
Los límites de la historia
Desde la historia como disciplina científica, lamentablemente, no es posible dar una respuesta contundente a estos interrogantes e hipótesis contrafactuales más allá de la especulación. El problema no es de forma sino de fondo. Los procesos sociales involucran demasiadas variables como para poder intentar recrear sus condiciones de manera controlada, como hacen biólogos y físicos en sus laboratorios. Los procesos históricos son un poco, si se me permite, como el clima, sistemas basadas tanto en causas identificables como en factores aleatorios y, por ende, a lo sumo, probabilísticos. Por ende, si intentáramos predecir el futuro o, como en este caso, pasados alternativos, probablemente nos iría tanto o peor que a los meteorólogos con los que solemos enojarnos cuando la tormenta estalla en el preciso momento en que empezamos a prender el fuego para el asado.
Aun así, esto no quiere decir que los contrafácticos no nos ayuden a conocer determinados rasgos del pasado. En este caso, como he intentado mostrar, nos permiten corroborar algo significativo y de indudable relevancia política: la muerte de Eva cambió de manera sustancial el curso de la historia política argentina. No podemos saber cómo habrían sido las cosas sin su muerte, es cierto, pero sí podemos saber que probablemente habrían sido diferentes. Me atrevo a decir, incluso que, muy diferentes.
(*) Diego Mauro, es investigador independiente en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET), docente y coordinador del Doctorado en Historia, forma parte de la Red de Estudios de Historia de la Secularización y la Laicidad (REDHISEL) y coordina el Observatorio de Culturas Religiosas también de la Universidad de Rosario (UNR)...
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